Abraham Chinchillas pone de manifiesto la importancia de tener un punto de partida para saber de dónde viene y hacia dónde mirar. En este libro usa el ardid del fabulista para cazar al animal astuto que se asoma en los actos humanos; pero, también para nombrar el asombro ante la naturaleza y sus difíciles, tiernas, enigmáticas o brutales formas. Su intención, el tono y su ánimo poético proceden de una rica veta de la literatura mexicana, pues mira tanto al Bestiario de Juan José Arreola como al Álbum de zoología de José Emilio Pacheco.
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Hay en su búsqueda una lucha por equilibrar el decir con el cantar, de tal modo que sus versos no sacrifican la musicalidad por el sentido, ni viceversa, sino que suelen acoplarse intuyendo un ritmo interior: “Han visto grandes parvadas de ellos / yendo a invernar de por vida, / huyendo del frío que da el hambre, / la pobreza y el olvido.”
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Difícil empresa la del fabulista pues debe batallar con la sentencia moral y el juicio, de ahí que Abraham Chinchillas prefiera desarrollar una casuística de tenor nostálgico antes que acidificar sus juicios, y es en este sentido donde sobresale la pluma del poeta que mira con detenimiento a los objetos, los animales y los personajes en lo que realmente son, como a los sentimientos, conductas e ideas que éstos mismos encierran y que el poeta, a veces los descubre y los muestra, pero otras los disfraza y entre sus pieles se oculta para acecharnos y lanzarse sorpresivamente.
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Diego José
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